El mueble


Llegué tarde a una fiesta porque me quedé viendo películas en casa. Salí con un jean lleno de huecos y el escote más marcado del mundo. Esa noche fue distinta, este hombre estaba extrañamente sociable conmigo cuando por lo general es distante. Me paré para ver algo al frente suyo, y él señaló un hueco de mi pantalón que estaba sobre el muslo derecho.

— Ese de ahí es el que lleva a la gloria, ¿verdad?

Me hice la desentendida, reí y le mostré mis manos. Tenía las uñas pintadas de rosa con lila y le dije:

—Mejor mira mis uñas, son de chicle.

Agarró mi mano y empezó a morderme los dedos. Se los saqué de la boca y me senté a su lado. Seguimos hablando de nimiedades por un buen rato, hasta que de repente se armó de valor y me dijo:

— Revisa tu celular.
— Ya lo vi, no hay nada.
— Mira de nuevo.
— Dale... Mira, ahora si tengo mensajes.
— Revísalos.
— Eres tú diciendo "hola". ¿Estás bien?
— Sí, quiero que me contestes.
— Bueno, hola.
— No, escríbemelo.
— Oh, ya ya.
— ¿Puedo escribirte algo?
— Sí, obvio.

Volvió a sonar mi teléfono y encontré un nuevo mensaje suyo.

— ¿Te puedo hacer sexo oral?

Me quedé helada. Lo miré, me sonrió con algo de timidez y me pidió que le respondiera con otro mensaje. 

— ¿Cómo así te provocó eso?
— Porque quiero.

No pude evitar reírme, me puse de pie y me senté por otro lado. 

Amaneció, por fin estábamos los dos solos. Me pidió que me siente con él, y al rato nos estábamos besando en el mueble. Su lengua estaba cargada de ansiedad y hambre. Me dijo que lo espere en la habitación, y que quería encontrarme sin jeans. Obedecí.

Al verme semidesnuda, entró al cuarto y cerró la puerta. Aún no estaba del todo convencida, así que intenté poner todas las excusas del mundo para que no se dieran las cosas. La cortina de esa habitación era tan fina que no lograba ocultar el sol que brillaba con furia aquella mañana.

— ¿Sabes qué? Mejor no hagamos nada.
— Shhh…
— No, en serio. No quiero nada, gracias.
— ¿En serio? ¿Qué haces sin pantalones entonces?
— No sé, pero ya me arrepentí.
— Ya, ven acá.
— No, no. Ni siquiera es que me he depilado como para hacer estas cosas.
— No me importa, me gusta el pelo.
— Noooo, ¡que turro! En serio, otro día estará bien, hoy no.
— No, yo quiero ahorita.
— No quiero que me veas así.
— Te he visto tantas veces, y ahora me vas a salir con que te da vergüenza que te mire. Ya abre las piernas y deja de hacerte la digna.

Consiguió abrir mis piernas luego de un ligero forcejeo y se lanzó sobre mí como un animal hambriento lo haría sobre esa presa que ha velado la noche entera. Al cerrar los ojos, pasaron en fila todos los recuerdos que creí haber eliminado de mi cabeza hace mucho tiempo atrás. Decidí olvidar, no entiendo que hago con este hombre dentro de mí. Ya reconstruí mi vida, ¿para qué querría regresar después de que se ausentara por tanto tiempo?

Mi cabeza regresó a esa cama. El trataba de decirme algunas cosas, pero solo le pedí que se callara y que se quedara echado entre mis piernas para siempre. Lo besé, bajé su rostro y volví a apretarlo contra mi cuerpo. Me pierdo de nuevo entre pensamientos y ahora aparece la persona con la que he pasado el tiempo en estos últimos meses. Me sentí un poco traidora, a pesar de que él me dejó para tratar de formalizar una relación con otra mujer. Lo nuestro nunca funcionó y no podía negarle la oportunidad de intentar estar bien con alguien más, así que decidí seguir sola. Ellos son dos hombres tan diferentes, y mi cuerpo lo nota. Ya me acostumbré a que me besen distinto, ¿qué es esto? Reacciono una vez más, y lo alejo de mí. 

"Nos van a ver, vamos."

Fuimos a la cocina para buscar algo de tomar, y me dijo:

— ¿Quieres más?
— Creo que sí.
— ¡Qué golosa!
— Vamos.

Regresamos a la habitación. Tenía sentimientos encontrados que no me dejaban estar en paz, así que intenté tocarlo para cambiar de papeles, pero él no me dejó hacerlo.

— Quiero que disfrutes tú.
— ¿Y tú?
— Me encanta hacer esto, acuéstate y déjame seguir.

Físicamente lo dejé seguir, pero mentalmente me sentí derrotada. Me rendí, realmente no podía acabar por nada del mundo, tenía un maldito bloqueo en mi cerebro, un gran miedo a sentir cosas que no sean apropiadas, miedo a disfrutar, miedo de lo que pueda pasar después, miedo a todo.

Salimos del dormitorio para sentarnos en la sala mientras escuchábamos música. Estaba cansada y recosté mi cabeza sobre su regazo. Él agarró mi cara y comenzó a besarme lentamente, mientras me miraba y peinaba el flequillo que cubría mi rostro.

— Qué guapa que eres.

En ese momento sentía su respiración por mi cuello mientras intentaba quitarme la blusa. Hizo el sostén a un lado y empezó a recorrer caminos que hace mucho tiempo no tanteaba con sus manos. Sus caricias eran lentas y suaves, buscando provocarme. Dejó de besarme los labios para bajar a mi pecho, para pasar su lengua sobre mis pezones, para besarlos, para chuparlos muy despacio, para disfrutar de mi cuerpo erizándose, para ver cómo me perdía en él. 

Metió su mano libre dentro de mi pantalón, dispuesto a tocarme sin piedad. Sentí que ya no importaba nada, en ese momento él había ganado el control absoluto sobre mi ser. Él me tenía en trance y yo solo me dejaba embriagar por la sensación. 

— Mete tus dedos... no pares... no pares...

Entré en desesperación, no sabía si reír o llorar. Solo atiné a gritar del placer que estaba sintiendo. Respiré hondo, y sentí que el mundo se detuvo por un segundo antes de alcanzar el cielo con las manos, y comenzara a estremecerme sin parar, eran como réplicas de un terremoto en el pecho que recorrían todo el cuerpo.

A duras penas logré sentarme de nuevo, aún sentía como me temblaban las piernas, y él solo pudo balbucear un par de palabras.

— Que fuerte... Yo también acabé.
— ¿Cómo?
— Con el roce de tu cabeza entre mis piernas y todo lo demás.
— No te creo.
— Tócame, acabé en mis pantalones.

Poco después, cuando pude ponerme de pie ya sin temblar, llamé un taxi. Él se quedó sentado en el mueble y se durmió al instante, como un bebé. Le planté un beso en la boca y me retiré en silencio de aquel lugar.

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