Abandonada.


Todo iba bien, estábamos riendo y cantando el “Feliz cumpleaños” a Sara. Como buena sarta de borrachos que somos, sabíamos que el ron nunca acabaría.
Cuando estoy con mi grupo de amigos no tengo miedo de desbaratarme bebiendo. No es como salir con un imbécil al cual no conozco mucho, que tratará de reventarme las nalgas si me llego a pasar de copas. Por lo tanto, esta noche soy libre de embriagarme hasta la inconsciencia. Así que, vasos van, vasos vienen…



Ya quiero que llegue Mauro, mi mejor amigo. Todo se torna más divertido cuando él está cerca. No necesitamos poses, ni pensar demasiado. A su lado la vida fluye con naturalidad. Se preocupa por mí, más de una vez me ha sacado de situaciones en las que me he regalado en bandeja de plata a los problemas, es el mejor en serio. Hoy no sería la excepción.

La loca de su exmujer apareció con su nuevo novio, quien alguna vez fue nuestro buen amigo, pero afortunadamente, se retiraron pronto de aquella fiesta. Se dice que en el amor y en la guerra todo vale, pero su hazaña es algo que hasta el día de hoy no nos causa gracia. Su matrimonio fue difícil, obviamente nunca se acabaría en buenos términos, pero que escogiera como novio a Adrián, quien fuera el paño de lágrimas de Mauro, apenas un par de meses después de que saliera el divorcio fue bastante bajo y sucio de su parte.  Solo basta con mencionarlos para que cualquier ambiente se vuelva incómodo.

La noche sigue su curso, cada cual con su respectivo vaso; y, ya entrados en tragos, hablando cada barrabasada que se nos pase por la cabeza. Sentados en círculo, bromeando con dichos populares y coreando letras de canciones espantosas, hasta que por fin llega mi dúo dinámico. ¡Al fin!

Aparece elegantemente vestido, con una sonrisa muy grande en su rostro y una botella de vino en la mano. Saluda a los invitados, y se sienta junto a mí. Son casi las tres de la mañana, por lo cual comenzamos con el interrogatorio de rigor:

— Oye, ¿por qué llegas recién a esta hora? ¿Dónde estabas?
— Culeando.
— Bien, ¡esa es! ¿Por eso tomaste vino? ¡Qué asco!
— Ya pues, a esa puta le gusta el vino.
    ¿Estás borracho?
— Un poco.
— Mañana te va a doler… Una resaca con vino es lo peor que existe en el mundo.
— Lo sé, pero qué más da. Culeé de lo lindo…
— Ya te tocaba, ya era tiempo.

Luego de eso nos pusimos a conversar sobre la aparición de su exesposa con nuestro examigo, de los horrores que estábamos cantando antes de que llegara, y compartiendo chismes sin importancia.

Últimamente, cuando abuso del alcohol y corre viento, comienzan a dolerme los hombros. Pienso que debe ser un principio de artritis, aunque también podría ser la deshidratación, o simplemente vine mal de fábrica… Así que cuando este malestar aparece, busco ponerme un abrigo bastante grueso, o trato de hacerme bolita en algún mueble para entrar en calor.

Como era de esperarse, empezó este malestar. Se lo comenté en voz baja, me levanté, y totalmente ebria fui a acostarme en el diván que estaba en la sala de la agasajada. Solo cerré los ojos y caí muerta de inmediato. Es como si el cuerpo indicara que ha sido suficiente maltrato y llegó el momento de apagar los motores…

Al rato, desperté muy alarmada y desorientada. Recordé que estaba en una fiesta y al parecer dormí por siempre. Me levanto a buscar a mi amigo para ir a casa... pero él ya no está, Mauro se fue sin decir nada. Pierdo el control, y estallo en un arranque de ira. ¿¡Cómo mierda se pudo ir sin mí!?  

La rabia empieza a desbordarse. Solo quiero irme de este lugar, odio a esta gente. Seguía en esa casa porque esperaba que él también se cansara de estar ahí y me llevara a la mía. Pero no, tenía que dejarme abandonada… No aguanto un segundo más en este puto lugar.

Termino de mandar al carajo a todos los invitados de la fiesta y llega un taxi. Unos amigos se van, así que huyo con ellos. Subimos al carro, y saco mi teléfono para llamar a Gabriel. Él es un exnovio, ese comodín para los ratos de soledad y escapar de la falta de afecto, ese idiota que siempre se sentirá en deuda, porque sabe que todo fue un fracaso cuando se quisieron hacer las cosas bien, pero vive consciente de que nunca encontrará a alguien como yo. Solo me escucha llorar desconsolada, dice que vaya donde él está. Le doy las indicaciones al conductor, y llego a la casa de un extraño esta vez.

Gabriel me abraza muy fuerte y pregunta que pasó. Le digo que Mauro se fue, dejándome sola, frustrada y confundida. Nadie entiende por qué lloro tanto, pero les digo que él falló a uno de nuestros principios y eso duele. Borracha de mierda, obviamente dramática… eso soy.

Miro con detenimiento el sitio donde estoy, solo hay hombres,  a excepción de la zorra que mi querido ex está a punto de meter al cuarto. Es un perfecto imbécil, hacerme ir en esas condiciones a un lugar lleno de borrachos para verlo revolcarse con una cualquiera en vez de mandarme a casa. Así que, aquí estoy… ebria, triste y con sueño junto a una caterva de desconocidos.

Hablamos trivialidades hasta que salió el sol. Ellos están muy ansiosos, esperando un pedido. Asumo que compraron más licor, porque lo poco que tenían se terminó. Se escucha un auto pitando afuera, y sale el dueño de casa. Entró casi al instante. De repente, los ojos de sus amigos se abrieron como si hubiera aparecido la puta más deliciosa que han visto en sus vidas… y no me equivoqué.

Se escucha un “¿todo bien?”, seguido de un “sí” por parte del anfitrión. Saca de su bolsillo unas llaves, lo veo abrir su mano y tiene una funda con cocaína en ella. Empezaron a inhalar con desesperación, y de repente llega mi turno. Ahora sí entendía la emoción de estos tristes seres. Trato de hacerles comprender que me hace daño, pero es como si no pudieran oírme. El dueño de casa no dejaba de insistir, pero esta persistencia sería en vano. Jamás accedería, ya que detesto la coca… solo ha traído problemas, penas, angustias y taquicardias innecesarias a mi vida. Así que pido un poco de agua y me siento en la sala.

Se me está pasando la borrachera y el sueño está llegando. Me acurruco en el mueble, pero llega mi vaso con agua. El anfitrión se disculpa, indicando que está sin helar, lo cual no me molesta. Tomo un poco y noto algo extraño su sabor, pero la sed puede más, así que me acabo el vaso de golpe. Vuelvo a acostarme, mientras veo los bailes de quijada del dueño de casa y sus únicos dos amigos que siguen despiertos. Siento pena por los drogadictos, son esclavos de su propia perdición.

Gabriel despierta, sale de una habitación y se va a otra. La tipa con la que estaba se queda en la sala, se pone el chaleco con el que llegó originalmente, pero que se quitó para pasar mostrando las tetas toda la noche, empieza a bañarse con un nauseabundo splash, se mete un caramelo en la boca, y llama a su madre para decirle que durmió donde una amiga, pero ya va a casa. Es todo el prototipo de una puta solapada.

Por su parte, Gabriel se acuesta en otra cama para seguir durmiendo, pero me lanzo encima de él mientras le muerdo la oreja y susurro en su oído: “Te pasas de puta, eres un asco”. Él solo sonríe, siempre ha disfrutado de mis malos tratos. Aparece el taxi y nos vamos juntos. Paramos por ahí a comer algo, pero realmente estoy sin hambre. Así que volvimos a subir en otro taxi, le robo un par de besos en el camino, me despido, subo a mi casa y me echo a dormir, o al menos intento hacerlo.

Comienzo a desesperarme, no soporto ni el frío ni el calor. Quiero dormir y no puedo, solo consigo dar vueltas mientras mil ideas hacen escándalo en mi cabeza. Necesito vomitar...

Cierro los ojos un momento, vuelvo a abrirlos, y mi madre aparece a un lado de la cama, metiéndole mano a mi cartera. Me levanto de un salto y le pregunto qué necesita para dárselo. Se pone nerviosa y dice que busca una tarjeta de crédito. Se la doy, le quito mi bolso y me acuesto de nuevo. Dentro de esa cartera tengo una receta médica de la cual ella no puede saber, y estuvo a punto de verla. Ella no puede saber de mi condición.

Dejo que salga de mi habitación, entro en pánico, y siento como mi vida casi termina. Siento como el techo da vueltas… ahora sí me voy a morir. Todo en mi vida ha sido malo. ¡Mierda! Mi corazón late a mil, me falta el aire... Necesito respirar hondo y apagar estas voces incriminatorias, me están haciendo daño y roen mi consciencia. ¡Ya paren!

Escucho que mi madre se va de la casa, y corro como loca al baño. Me meto de cabeza en el escusado y empiezo a purgar penas. Solo consigo sacar agua de mi cuerpo, pero algo sucede. El sabor de esa agua me recordó dos eventos: los besos con sabor a cemento de un antiguo romance, y aquellas épocas en las que odiaba jalar coca, pero me divertía poner un poco en mi lengua para sentir como se adormecía un rato. Era ESE sabor. Entro en shock, y digo: “¿cómo es posible que suceda esto?”

Sigo pensando, y la noche pasa como una sucesión de imágenes en mi mente, van en desorden. Mi cabeza no quiere obedecer, solo quiere destruirme. Así que tomo un baño con agua helada, mientras trato de reconstruir la escena y busco atar cabos.

La respuesta resulta ser bastante obvia: fue el dueño de la casa donde estuve. Al no aceptar droga, él decidió que igual la consumiría con ellos, y la puso en mi vaso con agua. No podía conformarse con un no por respuesta, y ahora estoy pagando las consecuencias por este gran descuido.

Estoy saboreando un coctel interminable de techo con taquicardia que no pedí, y siento que todo está perdido. Es mi maldito fin. Los finales felices no existen y moriré como una rata sin moral ni ley.



Así que lo único que queda por hacer es buscar una vez más a Mauro. Ya son las diez de la mañana, debería estar despierto. No me equivoco, mi intuición nunca falla con él. Lo llamo y le digo lo que pasó luego de que él se fue de la primera fiesta. Hablamos sobre lo sola que me siento, y este miedo de morir de una manera tan estúpida. Trata de calmarme, diciendo que ya sale a verme.

Alcanzo a bañarme tres veces más hasta que él llega. Ve mi cara de desolación y lo primero que hace es pedir disculpas por irse sin avisar. La borrachera le ganó y simplemente se fue a su casa. Me vio dormida y le pareció lo mejor que me quedase ahí, tranquila.

No tengo ganas de comer, sigo sin hambre. Solo quiero que Mauro se acueste junto a mí, y me salve de estos pensamientos. Espero que logre hacerlos bajar de tono y que finalmente desaparezcan. Tampoco consigo dormir, solo puedo cerrar los ojos y hacer de cuenta como que todo este error solo fue un mal sueño.

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